A pesar del título de la entrada, esta no es una nueva receta. Todo tiene una explicación.
Llevo una racha de fiestas mayores bastante larga entre las ferias del pueblo de mis padres y alrededores (Viva la feria de El Torno!) en julio, las Festes de Gràcia y de Sants en Agosto, y las de mi ciudad la semana que viene. Y con tanta fiesta mayor me he acordado de uno de los primeros ejercicios que hice en un curso de escritura creativa y he pensado en recuperarlo.
Dos peticiones:
- No seáis demasiado duros conmigo. Ni yo misma lo entiendo y no tiene lógica alguna pero enseñar mis relatos me da mucha vergüencita.
- No seáis demasiado duros conmigo. Es de lo primero que escribí.
Una advertencia:
- Relato no apto para tipos duros. Una es muy moña y por tanto el relato es bastante moñas.
Sabor
de atardecer
La
emoción se reflejaba en los ojos de Silvia mientras se aplicaba con
torpeza, delante del espejo del ascensor, un poco de máscara de
pestañas y brillo de labios que había robado a su hermana mayor.
A sus quince años, era la primera vez que sus padres la dejaban
salir de noche con sus amigas, aunque tenía que estar de vuelta a
las doce.
A las ocho y media, puntualmente,
estaba junto la fuente sin agua del centro
de la plaza donde empezaban los puestos de venta ambulante de la
feria y punto de encuentro preferido para todo el pueblo durante la
fiesta mayor. La puesta de sol y el gentío hicieron que a Silvia le
costara localizar a sus amigas. A medida que se encontraban entre las
cabezas de sus vecinos se iban juntando a base de saltitos
acompañados de gritos agudos. El cielo aún se teñía de rosa
cuando todas juntas enfilaron el camino de arenilla.
‒¡Vamos
a comprarnos una nube de algodón de azúcar! -Silvia no pudo evitar
la tentación al ver un carrito de chucherías.
‒¡Uf,
con lo que engorda eso! Yo paso ‒dijo Julia, que con su talla
treinta y ocho y su eyeliner
perfecto
era la abeja reina.
‒Podemos
comprar una grande rosa para todas, ¿no?
‒Si
tanto te apetece...
Con el visto bueno de la Julia,
las demás también tuvieron un antojo repentino y, tras una rápida
recolecta, Silvia dejó al resto de la colmena mirando bolsos de
imitación que ofrecía un mantero y se dirigió al carrito.
Mientras hacía cola miró a la
niña de cinco años que estaba delante de ella y sonrió al ver
como se le iluminaba la carita cuando su madre le entregó el palo
con la golosina vaporosa. Sus padres nunca le compraron dulces, no
fuera a ser que se le picaran los dientes o tuviera dolor de tripa.
Pidió la nube más grande y volvió con las demás salivando.
‒¡Mirad!
Por ahí vienen Cristian y los otros ‒dijo Julia estrenando con un
gran pellizco la nube de algodón y corriendo hacía los chicos.
Las otras chicas se abalanzaron
sobre el dulce mientras se daban el encuentro con sus compañeros de
clase. Silvia no había visto a Álex desde el último día de
instituto, aunque había seguido sus andanzas en el pueblo de sus
abuelos en Málaga por las fotos que iba colgando en Facebook. Verlo
en vivo y en directo la dejó sin respiración.
Repartieron besos a modo de
saludo y se explicaron las vacaciones por encima de las bocinas de
los autos de choque, los gritos de la montaña rusa y las cantinelas
machaconas de las tómbolas. El último en saludarla fue Álex.
‒¿Qué
tal el verano?
‒Bien...
aquí... ¿Tus vacaciones, bien?
‒Sí,
pero ya tenía ganas de volver ‒la sonrisa de Álex hizo que Silvia
se quedara sin palabras‒. Mmmm... ¿me das un poco?
Silvia miró el algodón de
azúcar, que todavía no había catado, como si no supiera cómo
había llegado a sus manos. Álex tiró con tanta fuerza de un mechón
de la nube que dejó el palo prácticamente desnudo.
‒¡Abusón,
qué te lo vas a comer entero! ‒el grito de Julia iba dirigido a
Álex pero los ojos cómplices estaban clavados en Silvia.
‒No
pasa nada, ¡cómo si no lo hubiera probado nunca! ‒La sonrisa de
Silvia intentaba hacer más convincente la mentira que acababa de
pronunciar.
Álex separó en dos el algodón
de azúcar que había cogido y le ofreció un trozo a Silvia
acercándoselo a la boca. Ella lo comió sin tan siquiera rozarle el
dedo.
‒¡Silvia!
¿Vienes o te quedas? ‒Julia la reclamaba para reiniciar la marcha
hacia el parque de atracciones.
‒Tengo
que irme ‒se excusó saliendo del trance‒. Nos vemos en clase.
Silvia volvió con sus amigas
paladeando aún la porción de atardecer que Álex le había dado.
Era lo más dulce que jamás hubiera probado.
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