miércoles, 2 de septiembre de 2015

Sabor de atardecer

A pesar del título de la entrada, esta no es una nueva receta. Todo tiene una explicación.
Llevo una racha de fiestas mayores bastante larga entre las ferias del pueblo de mis padres y alrededores (Viva la feria de El Torno!) en julio, las Festes de Gràcia y de Sants en Agosto, y las de mi ciudad la semana que viene. Y con tanta fiesta mayor me he acordado de uno de los primeros ejercicios que hice en un curso de escritura creativa y he pensado en recuperarlo.
Dos peticiones:

  1. No seáis demasiado duros conmigo. Ni yo misma lo entiendo y no tiene lógica alguna pero enseñar mis relatos me da mucha vergüencita.
  2. No seáis demasiado duros conmigo. Es de lo primero que escribí.
Una advertencia:
  1. Relato no apto para tipos duros. Una es muy moña y por tanto el relato es bastante moñas.

Sabor de atardecer
La emoción se reflejaba en los ojos de Silvia mientras se aplicaba con torpeza, delante del espejo del ascensor, un poco de máscara de pestañas y brillo de labios que había robado a su hermana mayor. A sus quince años, era la primera vez que sus padres la dejaban salir de noche con sus amigas, aunque tenía que estar de vuelta a las doce.
A las ocho y media, puntualmente, estaba junto la fuente sin agua del centro de la plaza donde empezaban los puestos de venta ambulante de la feria y punto de encuentro preferido para todo el pueblo durante la fiesta mayor. La puesta de sol y el gentío hicieron que a Silvia le costara localizar a sus amigas. A medida que se encontraban entre las cabezas de sus vecinos se iban juntando a base de saltitos acompañados de gritos agudos. El cielo aún se teñía de rosa cuando todas juntas enfilaron el camino de arenilla.
‒¡Vamos a comprarnos una nube de algodón de azúcar! -Silvia no pudo evitar la tentación al ver un carrito de chucherías.
‒¡Uf, con lo que engorda eso! Yo paso ‒dijo Julia, que con su talla treinta y ocho y su eyeliner perfecto era la abeja reina.
‒Podemos comprar una grande rosa para todas, ¿no?
‒Si tanto te apetece...
Con el visto bueno de la Julia, las demás también tuvieron un antojo repentino y, tras una rápida recolecta, Silvia dejó al resto de la colmena mirando bolsos de imitación que ofrecía un mantero y se dirigió al carrito.
Mientras hacía cola miró a la niña de cinco años que estaba delante de ella y sonrió al ver como se le iluminaba la carita cuando su madre le entregó el palo con la golosina vaporosa. Sus padres nunca le compraron dulces, no fuera a ser que se le picaran los dientes o tuviera dolor de tripa. Pidió la nube más grande y volvió con las demás salivando.
‒¡Mirad! Por ahí vienen Cristian y los otros ‒dijo Julia estrenando con un gran pellizco la nube de algodón y corriendo hacía los chicos.
Las otras chicas se abalanzaron sobre el dulce mientras se daban el encuentro con sus compañeros de clase. Silvia no había visto a Álex desde el último día de instituto, aunque había seguido sus andanzas en el pueblo de sus abuelos en Málaga por las fotos que iba colgando en Facebook. Verlo en vivo y en directo la dejó sin respiración.
Repartieron besos a modo de saludo y se explicaron las vacaciones por encima de las bocinas de los autos de choque, los gritos de la montaña rusa y las cantinelas machaconas de las tómbolas. El último en saludarla fue Álex.
‒¿Qué tal el verano?
‒Bien... aquí... ¿Tus vacaciones, bien?
‒Sí, pero ya tenía ganas de volver ‒la sonrisa de Álex hizo que Silvia se quedara sin palabras‒. Mmmm... ¿me das un poco?
Silvia miró el algodón de azúcar, que todavía no había catado, como si no supiera cómo había llegado a sus manos. Álex tiró con tanta fuerza de un mechón de la nube que dejó el palo prácticamente desnudo.
‒¡Abusón, qué te lo vas a comer entero! ‒el grito de Julia iba dirigido a Álex pero los ojos cómplices estaban clavados en Silvia.
‒No pasa nada, ¡cómo si no lo hubiera probado nunca! ‒La sonrisa de Silvia intentaba hacer más convincente la mentira que acababa de pronunciar.
Álex separó en dos el algodón de azúcar que había cogido y le ofreció un trozo a Silvia acercándoselo a la boca. Ella lo comió sin tan siquiera rozarle el dedo.
‒¡Silvia! ¿Vienes o te quedas? ‒Julia la reclamaba para reiniciar la marcha hacia el parque de atracciones.
‒Tengo que irme ‒se excusó saliendo del trance‒. Nos vemos en clase.
Silvia volvió con sus amigas paladeando aún la porción de atardecer que Álex le había dado. Era lo más dulce que jamás hubiera probado.

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